lunes, 13 de julio de 2020


Paris, ¡oh, Paris!
Aquel viaje iba a ser el de sus bodas de oro. Desgraciadamente papá ya no estaba pero mi madre aún podía conocer Paris, la ciudad con la que había soñado desde su juventud. Y yo lo haría de su mano, teníamos pocos días y el handicap de que mi madre era enemiga de transportes públicos. Dividí el plano en cinco zonas cada uno con un barrio representativo Montmartre, Champs-Élissées, Le Marais, etc. Caminamos de la mañana a la noche, descansando en las horas de las comidas. El idioma por momentos nos complicó la vida como cuando intentando volver al hotel Pax Opera nos enviaban de vuelta al teatro Opera. Recuerdo a mi madre entusiasmada recordando anécdotas cerca del Moulin Rouge, impresionada con la Tour Eiffel apesar de las verjas que la protegían por las obras de mantenimiento de los alrededores, imaginando cómo sería la vida en la casa de Victor Hugo, viendo todo Paris desde Sacré Coeur y tantos y tantos momentos que serán recuerdos para toda la vida. En la travesía por el Sena la alegría de aquellos días dio lugar a la nostalgia, incluso tristeza por lo que hubiera sido aquel viaje del brazo de papá. Cuando llegamos a casa todo parecía irreal, pero no, habíamos estado allí, en ese Paris que parecía inalcanzable.


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